No fue un adiós cualquiera: el papamóvil eléctrico del papa Francisco y su mensaje al futuro

De la silla gestatoria al SUV eléctrico: la historia del papamóvil refleja la evolución de la Iglesia. Conoce el modelo eléctrico creado para el papa Francisco y cómo su uso cerró un ciclo de transformación espiritual, litúrgica y tecnológica en el corazón del Vaticano.

Murió el Papa Francisco I

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Acabamos de despedir al papa Francisco. A los 88 años, ha dejado un legado marcado por la cercanía pastoral, la defensa del medio ambiente y la coherencia entre el mensaje y la acción. Su figura —austera, directa, abierta a los tiempos— cambió la imagen tradicional del Vaticano. Y entre los múltiples gestos que definieron su pontificado, uno de los más llamativos, aunque aparentemente menor, fue su apuesta por la movilidad eléctrica.

Durante los últimos meses de su vida, el papa Francisco recorrió la Ciudad del Vaticano y saludó a los fieles desde un vehículo completamente eléctrico, diseñado por Mercedes-Benz especialmente para él. No fue un simple gesto tecnológico: fue una declaración de principios. Un símbolo poderoso en una era marcada por el cambio climático, que reflejaba el espíritu de una Iglesia que ya no quiere hablar desde la distancia, sino moverse con el mundo y por el mundo.

Tras la muerte del Papa Francisco, el mundo recuerda su Iglesia en salida, su misericordia y sinodalidad viva. Y en ese recuerdo, el papamóvil eléctrico queda como un testimonio visible de una espiritualidad que eligió caminar —y conducir— al ritmo de su tiempo.

 Historia del papamóvil: de la silla gestatoria al todoterreno blindado

Antes del automóvil, la figura del papa se elevaba literalmente por encima de los fieles. Transportado en la silla gestatoria, una especie de trono portátil llevado en andas, el pontífice era exhibido como una figura casi sacra. Pero con la llegada del siglo XX, la movilidad papal abrazó la modernidad.

El primer “papamóvil” como tal se utilizó durante el pontificado de Juan Pablo II, aunque el término no se popularizó hasta finales de los años 70. En su visita a Irlanda en 1979, Karol Wojtyla subió a un camión Ford Serie D adaptado, y con ello nació el concepto moderno: un vehículo que permitía al Papa mostrarse entre multitudes, sin necesidad de bajarse y sin poner en riesgo su seguridad.

Desde entonces, el papamóvil ha adoptado muchas formas: un Fiat Campagnola fue testigo del atentado sufrido por Juan Pablo II en 1981; un Mercedes-Benz Clase G se convirtió en el icono blindado que marcaría la norma durante décadas. En países como México, Filipinas o Brasil, se utilizaron desde Land Rover hasta Toyota Land Cruiser, adaptados según el contexto y los desafíos logísticos.

El primer papamóvil eléctrico: compromiso con la creación

En diciembre de 2024, pocos meses antes de su fallecimiento, el papa Francisco recibió el primer papamóvil completamente eléctrico de la historia. Basado en un Mercedes-Benz Clase G580 EQ, este vehículo fue transformado a mano por los ingenieros de la firma alemana para cumplir con todos los requisitos litúrgicos, funcionales y de seguridad de la Santa Sede.

Motor: Eléctrico de 400 kW (536 CV) con tracción total 4MATIC.
Batería: 116 kWh, con una autonomía estimada superior a los 400 km.
Velocidad máxima: limitada electrónicamente a 160 km/h (aunque irrelevante en su uso real).
Diseño: techo trasero desmontable, butaca central giratoria, escalera plegable, interior en cuero blanco y moqueta roja.

Su elección no fue casual. Desde la publicación de su encíclica Laudato si’, Francisco hizo del cuidado del planeta una prioridad espiritual y política. Utilizar un papamóvil eléctrico no fue solo una decisión logística, sino un acto de coherencia ecológica, un testimonio visible de que incluso las instituciones más tradicionales pueden evolucionar con el mundo.

Detrás de cada gesto de Francisco —el papa de los símbolos que transformaron la historia reciente de la Iglesia— había una intención clara y profundamente pastoral: comunicar con el ejemplo, hablar con los actos tanto como con las palabras. Su elección de un papamóvil eléctrico no fue una simple innovación tecnológica, sino una expresión concreta de su visión de una Iglesia coherente, humilde y comprometida con el cuidado de la Casa Común.

Curiosidades sobre el papamóvil: anécdotas sobre ruedas

El SEAT Panda de 1982

Uno de los episodios más entrañables y peculiares en la historia del papamóvil tuvo lugar durante la visita de Juan Pablo II a España en 1982. En su agenda figuraba una multitudinaria misa en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid, pero el problema era logístico: el papamóvil oficial, de grandes dimensiones y blindaje reforzado, no podía acceder por las estrechas rampas de acceso al terreno de juego. La solución llegó en forma de improvisación y talento español.

En tiempo récord —apenas 15 días—, técnicos de SEAT, en colaboración con personal del Vaticano, adaptaron un SEAT Panda 45 para convertirlo en vehículo papal. El coche fue modificado con una estructura abierta en la parte trasera, una plataforma elevada con pasamanos y una simple barandilla para que el pontífice pudiera saludar de pie a los fieles. No contaba con ningún tipo de blindaje, lo que lo hacía vulnerable, pero también más cercano. El pequeño utilitario se convirtió así en una de las imágenes más icónicas de aquella visita.

Aquel Panda blanco, sencillo y humilde, contrastaba con la majestuosidad de otros vehículos papales, pero reflejaba a la perfección la figura de Juan Pablo II: un líder espiritual con carisma, que no temía mostrarse accesible y entre la gente. El coche, tras el evento, fue guardado como reliquia y se ha convertido en una de las anécdotas favoritas del folclore vaticano. Hoy, se lo recuerda como el papamóvil improvisado que conquistó a una multitud, y como ejemplo de cómo la necesidad puede dar lugar a momentos históricos que trascienden lo meramente técnico.

Patente "SCV 1"

Uno de los detalles más distintivos —y a menudo ignorado por el público general— de los papamóviles es su matrícula única. Los vehículos oficiales del Papa llevan la inscripción “SCV 1”, que corresponde a las siglas de Status Civitatis Vaticanae (Estado de la Ciudad del Vaticano), seguida del número 1, reservado exclusivamente para el vehículo del Sumo Pontífice. Esta placa no es solo una cuestión administrativa: es un símbolo de la autoridad espiritual del Papa y de la soberanía del Vaticano como estado independiente.

Este sistema de matriculación, instaurado tras la firma de los Pactos de Letrán de 1929, establece una codificación propia para los vehículos vaticanos. Mientras que otros automóviles de la Santa Sede pueden portar matrículas como SCV 2, SCV 3, etc., el “SCV 1” está estrictamente reservado para los papamóviles, sin importar su marca, modelo o motorización. Desde antiguos Mercedes-Benz hasta el reciente modelo eléctrico entregado a Francisco, todos han llevado esa placa emblemática en color rojo sobre fondo blanco.

La matrícula "SCV 1", además, tiene un peso ceremonial: es reconocida por cualquier cuerpo diplomático o autoridad internacional, y se asocia inmediatamente con la presencia del Papa. Es, por tanto, un elemento de comunicación institucional, que viaja por todo el mundo junto al pontífice, reforzando visualmente su papel como líder religioso global. Como ocurre con muchos símbolos vaticanos, detrás de esta simple combinación de letras y números se esconde una tradición cargada de historia, identidad y representación.

Vehículos de museo

Buena parte de la historia del papamóvil se conserva hoy en un lugar tan solemne como fascinante: el Padiglione delle Carrozze, dentro de los Museos Vaticanos. Este espacio, algo apartado de los circuitos más turísticos, alberga una colección única de vehículos pontificios históricos, desde carruajes del siglo XIX hasta los primeros automóviles utilizados por los papas del siglo XX. Es un recorrido silencioso pero revelador por la evolución de la movilidad vaticana y su vínculo con los símbolos del poder y la espiritualidad.

Allí pueden contemplarse auténticas joyas del patrimonio automotor papal, como los Mercedes-Benz Nürburg 460 donados en los años 30, el Citroën Lictoria C6 diseñado para Pío XI o el Fiat 525M de 1931. Cada vehículo cuenta su propia historia, asociada a un momento específico del papado: visitas de Estado, celebraciones litúrgicas, cambios políticos e incluso atentados. En vitrinas adyacentes se exponen también los detalles litúrgicos que acompañaban estos trayectos: emblemas, estandartes, placas conmemorativas, y documentos originales de su fabricación y donación.

Más allá de su valor técnico o estético, estos vehículos representan la transición de la Iglesia a través del tiempo. Del trono al volante, del caballo al motor eléctrico, del aislamiento ceremonial a la cercanía con el pueblo. Visitar el pabellón no es solo contemplar coches antiguos: es revivir los capítulos de una institución milenaria que ha sabido adaptar sus formas exteriores sin perder su esencia. Y en esa evolución, el papamóvil ocupa un lugar privilegiado como puente entre tradición y modernidad.

De caballo a hidrógeno

La evolución de los vehículos papales es, en sí misma, un reflejo de los tiempos. Durante siglos, los pontífices se desplazaban en carruajes tirados por caballos, lujosamente ornamentados y rodeados de ceremonial. La célebre silla gestatoria, elevada por doce palafreneros, permitía mostrar al Papa ante la multitud como una figura casi divina. Pero con la irrupción del siglo XX, la tradición ecuestre cedió paso a la era del motor, y los primeros automóviles pontificios comenzaron a recorrer las calles del Vaticano y de las ciudades del mundo.

A lo largo del tiempo, estos vehículos han adoptado formas muy diversas: desde modelos abiertos como el Fiat 525 de Pío XI en los años 30 hasta los imponentes Mercedes-Benz Clase G blindados utilizados por Juan Pablo II tras el atentado de 1981. Con la llegada del siglo XXI y el crecimiento de la conciencia medioambiental, se introdujeron las primeras unidades híbridas y eléctricas, culminando con el papamóvil completamente eléctrico de Francisco en 2024. Este cambio marcó no solo un avance tecnológico, sino un giro simbólico hacia una Iglesia más sostenible y conectada con los desafíos climáticos del presente.

Pero la innovación no se detiene ahí. En los últimos años, marcas como Toyota y Hyundai han propuesto al Vaticano prototipos de papamóviles impulsados por hidrógeno verde, una tecnología que promete cero emisiones, mayor autonomía y recarga más rápida que los eléctricos tradicionales. Aunque aún no ha sido adoptado oficialmente, el hidrógeno representa el siguiente paso lógico en esta evolución: un vehículo limpio, silencioso y eficiente, acorde con la visión ecológica que Francisco tanto promovió. De la tracción animal al hidrógeno, la movilidad papal demuestra que incluso un símbolo tan tradicional puede mirar hacia el futuro sin perder su esencia.

No siempre blindado

El atentado sufrido por Juan Pablo II en mayo de 1981, cuando un disparo impactó en su Fiat Campagnola durante una audiencia en la Plaza de San Pedro, marcó un antes y un después en la seguridad papal. Desde entonces, los papamóviles comenzaron a incorporar blindajes de alta resistencia, vidrios antibalas y estructuras cerradas, convirtiéndose en auténticos búnkeres rodantes. La prioridad pasó a ser proteger la vida del pontífice ante cualquier amenaza, incluso a costa de sacrificar visibilidad o contacto directo con los fieles.

Sin embargo, el papa Francisco desafió esta lógica desde el inicio de su pontificado. Fiel a su estilo cercano y despojado de ostentación, eligió vehículos abiertos y modestos, incluso en contextos multitudinarios. Uno de los casos más recordados fue en Filipinas, en 2015, donde utilizó un Jeep Wrangler sin blindaje, saludando a millones de personas sin barreras visibles. Esta elección, criticada por algunos como imprudente, fue para él una manifestación concreta de su mensaje: “un pastor debe oler a oveja”, estar entre su pueblo, aunque eso implique asumir ciertos riesgos.

Esta actitud no era mera temeridad, sino una convicción teológica y pastoral. Para Francisco, el papamóvil debía ser un vehículo de cercanía, no un símbolo de poder ni un fortín de miedo. En sus palabras, prefería confiar en “la protección de Dios” antes que en cristales blindados. Esta decisión no anuló la vigilancia extrema en sus viajes, pero sí redefinió el papel del vehículo papal: menos como una cápsula de seguridad y más como un puente entre el líder religioso y la humanidad que lo rodea.

Un vehículo que comunica

Más allá de sus especificaciones, el papamóvil comunica. Es un vehículo cargado de significados teológicos, sociales y políticos. Cada elección —desde el modelo hasta su uso público— envía un mensaje al mundo. Y en el caso de Francisco, ese mensaje fue claro: la Iglesia debe liderar con el ejemplo.

Usar un coche eléctrico no lo convirtió en un activista, pero sí en un símbolo. En un contexto global donde la transición energética aún encuentra resistencias, el hecho de que el Vaticano apostara por esta tecnología no pasó desapercibido.

Como dijo Francisco en una de sus últimas homilías: “No podemos hablar del Evangelio si no somos coherentes con la vida que predicamos”. Su papamóvil eléctrico fue, en definitiva, una homilía sobre ruedas.

El coche que predicaba con el ejemplo

Con la muerte de Francisco, el papamóvil eléctrico se convierte en una pieza de historia viva. Un objeto que resume su pontificado: sencillo, directo, valiente y comprometido. Una herramienta que, más allá de su función práctica, acompañó a un Papa que eligió caminar —o mejor dicho, rodar— junto a su tiempo. 

El futuro del papamóvil seguramente seguirá evolucionando: drones, hidrógeno, conducción autónoma… Pero será difícil igualar la carga simbólica de este modelo eléctrico. Porque, en definitiva, fue mucho más que un coche: fue una extensión del pensamiento de un papa que quiso dejar el mundo un poco mejor de como lo encontró.

 


 

 
 
 

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