Salió campeón mundial Sub 20, ganó la Libertadores con River y se cansó del fútbol a los 26 años

Gustavo Lombardi hoy brilla en TV y comentará la Copa del Mundo juvenil, pero detrás carga con una de las historias más singulares del fútbol. Viajó como mochilero mientras jugaba en el Millonario, atendió su propio bar en España tras el retiro y no teme hablar sobre la depresión

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El fútbol es un deporte de moldes prefabricados. Hay algunos prodigiosos malabaristas que rompen esas estructuras con su manejo del balón, artistas del dominio, los Van Gogh del esférico. Distintos a cualquier otro humano. Otra inmensa porción, innegablemente exitosos jugadores de élite por cierto, caminan entre esos lineamientos del deporte imperial sin quebrantarlos. Ocupan el rol dentro y fuera de la cancha. Y hay un tercer grupo que decide rompe las fronteras sociales, económicas y culturales que la pelota delimita... Gustavo Lombardi es uno de ellos.

El ex defensor de River Plate llegó a la Primera del club de Núñez como un promisorio lateral que se destacó en la obtención del Mundial Sub 20 de Qatar en 1995, aquel con los tantos de Leo Biagini y Panchito Guerrero en la final ante Brasil. Sumó minutos en el experimentado equipo campeón de la Copa Libertadores e integró las recordada formación de los 4 fantásticos con Ángel, Saviola, Aimar y Ortega. Tenía en sus manos el sueño del pibe. Pero a los 26 años se hartó del fútbol, se saturó. Aquellos chispazos como mochilero por el Sur del país o el intento fallido por estudiar en la Universidad pública son síntomas de esa incomodidad que siempre lo atravesó por el ambiente. Atendió su propio bar familiar en España, perforó la depresión del retiro joven y se reconvirtió en un preciso comentarista televisivo que tendrá un llamativo giro poético: analizará el Mundial Sub 20 que se iniciará mañana en el país para la pantalla de TyC Sports.

 
“Me acerqué al fútbol desde otro lugar. Esa mirada de distancia que tengo hoy con el fútbol me parece que es una buena reconciliación”, reflexiona entre aquella salida repentina harto del ambiente y esta nueva faceta.

— Hace unos años dijiste que en cierto modo el fútbol no te gustaba, algo que condice con tu retiro joven, ¿fue una sensación del momento?

— Posiblemente haya sido muy puntual de un momento o de varios momentos de mi vida. Tal vez moderándolo y haciendo un promedio de mis sensaciones, es que para mí nunca fue lo más importante el fútbol. En parte me jugó en contra, en la máxima competencia casi que no te podés dar el lujo de que no sea tu máximo objetivo o lo único en tu vida. Dejar o abandonar otras cosas para dedicarte a eso. El talentoso naturalmente se puede dar ese lujo de no estar tan metido, pero la mayoría no, tiene que estar ahí con constancia. Y me costaba eso. No estaba dispuesto a veces a dejar otras inquietudes que tenía. Me costaba que convivieran las dos cosas al mismo tiempo. En algún momento, cuando yo me dedicaba más plenamente al fútbol, sentía la saturación en algún punto. Estuvo relacionada con una temprana salida del fútbol, que tuvo otras aristas en el medio, no solamente fue porque pensaba de esa manera. Tras el retiro, lo abandoné por mucho tiempo y después me reconcilié un poco y volví en esta nueva faceta.

— Durante tu etapa de jugador te fuiste de mochilero, estudiaste en la UBA... Es extraño que un jugador salga del ambiente porque muchas veces parece que solamente tiene que vivir para el fútbol...

— Es que da la sensación, y cada vez más, que si querés tener realmente éxito en el mundo del fútbol, un poco tal vez hay que ser así. Pero para los que no son así y no pueden ser así, puede llegar a servir esto: no todos lo podemos hacer, tenemos estas contradicciones y a veces vivimos y transitamos la profesión con esas contradicciones. Yo me resistía todo el tiempo, hasta antes de debutar en Primera como profesional tenía dudas de si realmente iba a ser jugador de fútbol. Me sentía muy tentado y atraído por la vida de mis amigos. En un punto también era extraño porque los demás tal vez querían estar donde yo estaba. Entonces hasta sonaba desagradecido de mi parte. Pero me gustaba irme con mis amigos al Sur de viaje, pero como mucho, si iba, podía ir una semana. Porque después tenía que volverme a las pretemporadas. O esto de estudiar en la UBA, tener una vida de estudiantes de 18 o 20 años, poder sentarme en una esquina con mis amigos a charlar. Esas cosas comunes para mí eran importantes y no me gustaba perderlas. Y las tenía que perder. El jugador de fútbol como que se va perdiendo muchas cosas durante la parte juvenil/infantil y a veces llegás un poco saturado a la Primera División. Cuando llega lo mejor, estás con una carga de que te perdiste cumpleaños, viajes de egresados, viajes con amigos... Como que vivís a contratiempo, diferente a tu ámbito.

— ¿Cómo fueron esas incursiones en el estudio y ese viaje de mochilero?

— Ya estaba en la Primera de River en el viaje medio de mochilero al Sur. Fuimos a Ushuaia primero, ahí arrancó porque allá vive mi tío. Nos fuimos con dos más. Hicimos todo un recorrido dentro de Tierra del Fuego. Estuvimos por Tolhuin, como mi tío conocía un montón de gente capaz nos comíamos un cordero a la cruz en el medio de la nada que llegabas en una 4x4 y después en un bote... Ahí seguimos y acampamos en el Parque Nacional Perito Moreno. Después me tuve que volver a la pretemporada. Estuvo buenísimo hacer esa vida de hacerte el fuego, vivir en carpa, hacer dedo... Yo andaba medio tapado porque no quería que me reconocieran. La pasé genial. Después, lo de la UBA, cuando terminé el colegio había jugado un par de partidos en Primera pero no estaba consolidado. Hice el primer año de TEA, pero también me anoté en el CBC porque me gustaba la literatura y me había anotado en letras pensando que podía hacer las dos cosas, pero fue muy difícil.

— El futbolista empieza a tener el deporte como un trabajo desde chiquito, ¿eso te desgasta con el paso del tiempo?

— Sí, y hay mucha presión también. Yo, la verdad, no viví esa presión familiar más volcada a lo económico. Con lo que fue pasando en el país y con los chicos de Inferiores, a veces esa presión está más centrada en lo económico. Tratar de que el chico sea una posibilidad de salida para toda una familia. Yo no sentí eso, en ningún momento mis padres me presionaron en ese aspecto. Si bien nosotros eramos de clase media baja, nunca tuve ningún problema. Si jugaba al fútbol era porque me gustaba. Pero sí una presión en todo caso de expectativas, de tus padres, familiares, amigos, de todo un ambiente en el que ven que vas avanzando y está esa presión de no fallar. Del chico que hizo todas las Inferiores, Infantiles, juveniles y que tenga que ser jugador de Primera. Hasta los 13 o 14 años más o menos es divertida esa vida porque te la pasás jugando al fútbol, pero a partir de los 14 o 15 años se vuelve semi profesional. Empezás a tener rápidamente una vida de tipo grande cuando a tu alrededor todavía tus amigos van a una fiesta de 15. Te empezás a separar un poco de tus amigos y tu ambiente. Creo que eso era lo que a mí me generaba un poquito de desconcierto y malestar.

— ¿Pesa la popularidad? ¿Se genera una burbuja ficticia?

— Totalmente... Siempre creí que tenía una visión bastante objetiva de la situación, pero realmente la vi en perspectiva cuando me fui. Es una burbuja en todo sentido. Siempre me molestó un poco la situación de “popularidad”. Lo estoy pensando ahora, pero tal vez dejé la facultad más por esa cuestión de que me reconocían en las clases y me sentía observado, que me ponía esa situación, más que por incompatibilidad de horarios. El que juega en River o Boca tiene más popularidad. Ya me ponía incómodo cuando salía con amigos, la familia o mi novia y venía alguien, porque me parecía incómodo para ellos también. Tuve la suerte de que mi familia siempre me ancló la tierra. Y principalmente mis amigos, que a la mayoría no le gustaba el fútbol. Eso me ayudaba un montón. Al conectarme mucho con ellos podía manejar mejor esa situación de burbuja que era el fútbol. Cuando salía de los entrenamientos o de los partidos, volvía a un lugar que nada tenía que ver con el fútbol. Eso me ayudaba a entrar y salir todo el tiempo de la burbuja. Pero lógicamente es una burbuja que a veces te hace muy mal, porque a los 30 pico explota y no podés volver.

— ¿Qué es lo más nocivo de ese mundo?

— Lo peor de todo es no darte cuenta de la situación. Vivir un tanto engañado en algún punto durante los 15 o 20 años que dure tu carrera. Vivís una vida que es real, pero no habitual, no es lo común, lo que pasa alrededor.

— Y tenés un lugar de privilegio impensado en la sociedad...

— Sí, en Argentina porque está totalmente exagerado. Me tocó estar en España (Salamanca y Alavés) e Inglaterra (Middlesbrough), está bien que eran clubes chicos y tal vez la situación es distinta. Pero sos un futbolista, hay una mirada privilegiada que lo emparenta al actor de cine o al músico, pero se vive de otra manera. Pero sí, es un mundo privilegiado que tenés que tratar de manera de la mejor manera. Si te subís ahí arriba y perdés contacto con lo que pasa alrededor tuyo puede ser peligroso para todo, pero principalmente cuando termina. Mientras dura, está todo bien. Los dramas vienen el día después.

— ¿En ese plantel campeón de River de la Libertadores ya se sentía la exposición?

— Jugué un par de partidos en el 96 porque el titular era Hernán Díaz. Era una cara conocida pero principalmente porque era River, la popularidad pasaba por ese lado. Tenía partidos, pero recién me consolidé en el 99 cuando volví de Salamanca y el Boro. Fui titular un par de años seguidos hasta que me volví a ir y después me retiré. No era lo de otros chicos, ni tampoco lo de ahora con el tema redes sociales. Pero sí que cuando salías a la calle, adonde ibas, alguno te hacía algún comentario. Fue muy loco cuando uno se da cuenta que salís de la burbuja, cómo explota rápido. De caminar por la calle, que de diez personas cinco te saludan, a los seis meses cuando ya se lavó tu cara, ya pasaste, de diez tal vez te saluda uno. Y al año o a los dos años, uno cada tanto... Si vos creés que eso va a durar para siempre, qué equivocado que estás porque en cuanto diste un paso al costado ya apareció otro y vos quedaste totalmente afuera. Si no te bancás eso o te gustaba mucho que te reconocieran, cuando te dejan de reconocer, es un golpe duro para la persona.

— Al fin y al cabo, si te pregunto un resumen, ¿qué fue lo que te hartó del fútbol para retirarte a los 26 años?

— En realidad era el mejor momento para, después de tanto sacrificio, consolidarme y estar más tranquilos. Hubo un montón de otros factores. Pensá que era el 2001/2002 y la situación económica del país también fue un detonante. Me fui a préstamo al Alavés que me iba a hacer tres años de contrato, pero me fui seis meses antes porque en River estaba jugando por el 20% y no me quería renovar contrato. No me llevaron a la última pretemporada, iba a tener que entrenarme seis meses solo, entonces adelanté mi partida al Alavés que tenía hablada para junio y me fui en enero. Fue un error mío, tal vez de mi representante, que en vez de firmar esos seis meses más los tres años de contrato que me iban a hacer, sólo firmé los seis. Yo venía de un tiempo sin jugar, lesionado y cuando se cumplieron cuatro meses, en el 2002, no me renovaron...

— ¿No tuviste otras ofertas?

— Sí, tenía ofertas acá en Argentina, pero por esa situación socioeconómica que había acá estaba un poco perseguido por ese tema. Estaba el tema de los secuestros a familiares de jugadores de fútbol y dije ¿voy a volver a jugar acá? No tengo muchas ganas, no me van a pagar, era un caos que no sabías si cobrabas o no... ¿Voy a poner en riesgo a mi familia? Fue un combo. Si yo estaba convencido de querer seguir jugando, capaz asumía el riesgo y me la bancaba. Pero como estaba medio ahí y todo el contexto no ayudaba, fue una combinación de cosas. Aún así, nunca me sentí del todo cómodo como jugador de fútbol, esa es la verdad. La vida de jugador de fútbol nunca me terminó de convencer como vida. Esa vida soñada que muchos creen, o tal vez es pero no para mí, nunca me terminó de convencer ni antes de empezar, ni transitándola, ni después.

— ¿Hubo un día puntual en el que dijiste basta?

— No... Fue un proceso. Lo dejé correr... Volví del Alavés, como que no hice nada. Dije que no en un par de situaciones de acá y después como que no apareció nada más, no me esforcé, ni llamaba a mi representante para preguntarle si había algo. Quedó así, siguió y nada... Ya está. A los seis meses de estar acá sin jugar y sin nada, me fui a Salamanca. Me puse una cafetería...

— Hay un gris de información entre ese retiro joven y tu reaparición en los medios... ¿qué pasó?

— ¡Ahí pasó de todo en ese gris! (se ríe). Primero en ese momento de crisis, mi viejo no tenía laburo y mi hermano tampoco. Yo me quería ir de acá, un poco escapando de la situación, un análisis que hice después. En Salamanca la había pasado muy bien y tenía algunos amigos españoles que me podían ayudar. Mi viejo, sin laburo, me dijo de hacer un proyecto juntos. Y yo estaba como para hacer cualquier cosa, abierto a todo. Terminamos yendo mi viejo, mi hermano con la novia... Todos para Salamanca con la idea de comprar la franquicia de una cafetería que después no se pudo dar. Terminamos comprando un barcito de pinches de esos típicos de España que ya estaba funcionando.

— ¿Atendías ahí?

— Sí, atendía. Era chiquito, laburaba la familia. Teníamos un cocinero y una cocinera; teníamos un mozo que hacía uno de los turnos. Era un bar tan chiquito que era la barra y tres mesas. Entonces uno solo podía atender a todos. Un turno me tocaba a mí, uno a mi viejo con el mozo, otro a mi hermano con la novia. Laburábamos ahí, un poco queriendo hacer la vida que yo quería de persona común.

— Ahí empieza el otro choque con la realidad porque seguramente el bar no te daba tanto dinero como el fútbol ni tantos privilegios sociales, ¿la pasaste bien?

— Sí. En la etapa inmediatamente posterior al retiro sí. Fueron tres años muy positivos en general. Yo anhelaba esa situación de cierto anonimato, disfruté esos años de hacer una vida normal. Me iba a recitales, fuimos en carpa al Benicàssim, un festival tipo Lollapalooza en el que tocan un montón de bandas en dos o tres días, por ejemplo. Hacía una vida muy tranquila. Es muy sacrificada la vida del bar porque abríamos a las 6 o 7 de la mañana y cerrábamos a la 1 de la mañana. Nos hacíamos cargo de todo nosotros. Es realmente sacrificado, pero lo disfruté mucho. El peor momento fue cuando dejé el bar, me volví a Argentina y volví a no tener nada que hacer.

— ¿Por qué volvés?

— Mi mayor problema no era trabajar para vivir, porque más o menos tenía para tirar, no darme la gran vida, pero no era una necesidad urgente de trabajar por lo económico. Pero el principal inconveniente fue sentir que no estás haciendo nada. Ese es un vacío tremendo, que es lo que le pasa a los deportistas cuando dejan, el famoso retiro. Esa cierta depresión... Bah, cierta no: depresión real. Te agarra si no enganchás algo automáticamente que te dé un nuevo oficio, un nuevo sentido a la vida. Te encontrás con 30 pico de años, yo menos, no tenía 30... El tema es sentir: ¿ahora qué? ¿qué sos? ¿qué haces?

— Te empezaste a hacer esas preguntas... ¿cómo fue el proceso para encontrar las respuestas? ¿Fue difícil?

— Volví en el 2006 o 2007. Fueron un par de años hasta el 2009 que empecé en esto. El departamento que tenía acá se lo di a mis viejos porque habían vendido la casa y me fui a vivir con mi novia, mi mujer actual. Yo me dormía a cualquier hora, me quedaba hasta tarde mirando televisión, me levantaba tarde. Fue una vida totalmente a contramano. Después de muchos años, cuando empecé a trabajar en los medios, se había retirado Calderón. Román Iucht, que era con quien trabajaba en ese momento, me dice: ¿por qué no haces una columna y hablás del retiro? Empecé a investigar, a leer libros y leyendo para esa columna me di cuenta lo que me había pasado a mí...

— Te pensaste vos...

— Claro, me di cuenta de que había pasado dos años de depresión. En ese momento no lo había internalizado, no lo había racionalizado. No me sentía bien conmigo mismo, pero uno entra en esa sensación y no te das cuenta de que estás mal. Se normaliza. Fue mi mujer un poco la que me empezó a sacar de ese lugar, diciéndome ¿por qué no escribís algo? ¿por qué no acercás a alguien estas cosas que escribís? Ahí enganche, me pareció una buena idea. Empecé a contactar gente que había conocido en los medios como Román, fui a ver a Juan Pablo Varsky, al Ruso Verea que estaba trabajando en Radio Metro en ese momento. Gente que sentía que me podía ayudar. Y de a poco me empecé a meter con esto. Fui con Román Iucht, después en Radio La Red empecé un programa una vez por semana hasta que me llamaron de TyC Sports, empecé a enganchar y pude salir. Un poco me rescataron. Me sentí bien otra vez, útil, que podía hacer algo, tener un nuevo oficio.

— Hoy, con el paso del tiempo, más maduro y con un montón de situaciones digeridas, ¿te arrepentís de haberte retirado joven?

— En ese momento era lo que tenía que hacer. No podía hacer otra cosa. A veces creo que es una pena no haber seguido algunos años más y en otros momentos pienso que no tengo por qué arrepentirme de esa situación porque fue una decisión tomada en ese momento con lo que sentía. Cuando uno mira para atrás en su vida, decir “debí tomar otro camino, debí hacer otra cosa”, es relativo. Es un lugar donde no sé si está bien meterse o cuestionarse. Está bien pensarlo, analizarlo, pero creo que no hay que pasar a recriminárselo. Uno actúa en su momento por lo que siente en ese momento.

— Y hoy que te toca comentar un Mundial Sub 20, ¿qué recuerdos te trae?

— Entiendo que el canal lo pensó por ese lado. Vengo haciendo el Sudamericano, el Sub 17 también, y la verdad que con el Mundial ya fue un tema, porque era volver a Qatar, donde nosotros justo terminamos esa etapa del Sub 20 de la mejor manera con el campeonato. Ya desde el año pasado que estoy movilizado con todo esto de aquella época que empieza a quedarme lejana. Se da esta posibilidad y en Argentina, la verdad que me moviliza un montón.

— ¿Ves equivalencias en este proyecto con aquel de José Pekerman?

— Sí... Me lo imaginaba, lo intuía viéndolos jugar, pero el año pasado me tocó ir al predio de Ezeiza porque estábamos preparando algo para Qatar con Juampi Sorín y grabamos unas cosas. Ellos estaban entrenando. La Sub 17 y la Sub 15. Vi cosas de aquella época, por ejemplo a los pibes yendo a buscar los elementos de trabajo en el medio del entrenamiento, tenían que buscar conos, pelotas. O cuando terminaba el entrenamiento, ellos eran los que se limpiaban los botines. Pequeños detalles que tienen que ver con esa formación. No el pibe que deja el botín tirado y que el utilero se lo limpie. Nosotros estábamos grabando en el vestuario, ellos llegaron y cada uno de los pibes saludaba: “Buenas tardes”. Yo se los dije a Aimar y Placente, los felicito porque han recuperado esto que estaba y creo que se había perdido.

— Había una especie de mandamientos con Pekerman afuera de la cancha, ¿cuáles eran?

— Hay que recordar que nosotros en el 95 veníamos de la Sub 20 que había suspendida en el 91 y no jugó el Mundial de 1993. Con una imagen muy deteriorada del fútbol argentino. José un poco llevaba como premisa hacer un trabajo a mediano plazo, pero principalmente que tuviera que ver con la recuperación de una imagen de las selecciones juveniles argentinas. El comportamiento dentro y fuera de la cancha. Nos decía: hay que estar bien alineados cuando bajamos a almorzar a un hotel o cuando viajamos en los aviones, cómo nos comportamos, no estar cada uno vestido de cualquier manera o con la remera afuera, la campera colgada en la cintura. Esto de ser respetuoso con la gente que trabaja en el predio o te atiende en un restaurante. Eso se traslada directamente adentro de la cancha. Nosotros en aquel Mundial 95, no sólo salimos campeones sino que ganamos el torneo Fair Play, que era casi el primer objetivo que se trazaba esa nueva era. Era una doble satisfacción. Siempre se necesita el título para sustentar y valorar lo demás, pero estaba a la altura de los logros deportivos.

— Hubo todo un trabajo invisible para llegar a ese Mundial, ¿no? Un momento en el Sudamericano que los unió...

— En los planteles a veces esas convivencias intensas sirven. A nosotros nos pasó, fue de casualidad. El Sudamericano empezaba los primeros días de enero, pero terminamos yendo antes a La Paz (Bolivia) y terminamos pasando año nuevo solos en La Paz. Eran nuestros primeros viajes. Antes ni en nuestras familias ni en las Divisiones Inferiores se viajaba mucho. Eran nuestras primeras salidas del país, primeras veces de estar lejos de nuestras familias, pasar el año nuevo justo en esa concentración, en un hotelito muy chiquito apartados en La Paz... Nos generó una situación de emoción que nos dio para el llanto y la tristeza. Queríamos estar con nuestras familias. Eso nos unió mucho. Vivimos esos momentos fuertes, nos consolidó mucho y fue una piedra muy fundamental para después transitar otros momento difíciles hasta llegar al Mundial y en el mismo Mundial. Son esas cosa que te unen. Estuvimos como un mes en Bolivia.

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