Asesinó y descuartizó a su compañera de la facultad al terminar la carrera: ¿por qué lo hizo?

Stephen McDaniel era vecino de Lauren Giddings en Georgia, Estados Unidos. Tras el crimen , el hombre cortó el cuerpo de la flamante abogada con una sierra. Sus cruentas confesiones a la policía

Historias 12 de diciembre de 2022 sanjuanhoy sanjuanhoy

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Lauren Giddings (27) dormía plácidamente en su departamento cuando de pronto se despertó sobresaltada por un ruido. En medio de la oscuridad, llegó a ver a un hombre sentado en su propia cama que la miraba dormir. Llevaba una máscara y tenía puestos guantes.

-¡¡¡Sal de aquí!!!, dijo con la calma inusitada que puede nacer del terror.

 
En lugar de irse, el sujeto se estiró sobre la cama, la tomó del cuello con las dos manos y apretó. Lauren comenzó una lucha desesperada por escapar. Ambos cayeron al piso, pero en la pelea las piernas de la joven quedaron debajo de la cama. Eso, justamente, buscaba su agresor. De esta manera, ella no podría alcanzarlo con sus patadas. Volaron unos angustiantes manotazos más donde Lauren logró arrebatar la máscara que le tapaba el rostro. La sorpresa fue total: quien la estaba agrediendo era su compañero de toda la carrera en la facultad de derecho en la Universidad de Mercer, su amigo y vecino del mismo condominio: Stephen McDaniel (26). Pero él no parecía ahora el tímido y manso Stephen, el atento y tranquilo Stephen. Había devenido en un monstruo inmutable que la tenía tomada por el cuello y apretaba sin piedad.

-Lauren, llegó a decirle, por favor ¡¡para!! Imperturbable, él no se detuvo. Por el contrario, siguió comprimiendo con fuerza durante quince eternos minutos.

Cuando Lauren dejó de patalear y quedó inmóvil, McDaniel la soltó. Eran las 4.30 de la madrugada del domingo 26 de junio de 2011, en la ciudad de Macon, Georgia, Estados Unidos. A Lauren, una persona en quien confiaba desde hacía años, le acaba de anular el futuro.

La chica de la puerta de al lado

Stephen McDaniel arrastró el cuerpo de su compañera de estudios hasta el baño y lo colocó dentro de la bañadera con el pijama puesto. La dejó allí y volvió a su departamento que quedaba, literalmente, en la puerta de al lado. Pasó el resto del día en su computadora. Recién caída la tarde, volvió a lo de Lauren con una sierra. Sin titubear cortó a su amiga en pedazos.

“Corté sus piernas y su cabeza, las envolví por separado en varias bolsas de residuos negras y las tiré en unos cubos de basura que hay en la facultad”, contaría, tiempo más tarde. El torso, en cambio, lo conservó dos días más y lo terminó descartando en los tachos de residuos de su mismo condominio, el Barristers Hall Apartments sobre la avenida Georgia frente al campus de la facultad de derecho de la Universidad Mercer. En esas 48 horas posteriores al crimen también se deshizo de la máscara y de su camisa manchada con sangre.

En el edificio, la mayoría de los inquilinos se conocían. Era un complejo habitado por estudiantes y graduados, un sitio seguro, en una ciudad tranquila, en un entorno amigable. Eso creían, al menos, hasta que ocurrió lo impensable.

El día 29

Cuando las hermanas de Lauren, su novio y sus amigas se dieron cuenta de que Lauren no respondía mensajes ni contestaba llamadas ya habían pasado casi cuatro días. Todos sabían que estaba estudiando con dedicación porque estaba a semanas de graduarse.

La noche del miércoles 29 de junio sonaron las alarmas. Una amiga de Lauren llamó a la hermana de la víctima, Kaitlyn Wheeler, y le preguntó si sabía algo de ella. Kaitlyn dijo no tener idea pero, a su vez, se ocupó de comunicarse con varias amigas de su hermana menor Lauren. Nadie sabía nada. Una de ellas, Ashley Morehouse, vivía en el mismo condominio y le dijo que iría a tocarle la puerta. Fue hasta lo de Lauren y golpeó. Desde adentro, solo silencio y oscuridad. Fue, entonces, hasta el estacionamiento. El auto de Lauren, un Mitsubishi Galant modelo 2004, estaba estacionado.

Otra amiga, Lori Suspic, quien vivía en Chicago y tampoco había podido comunicarse con Lauren decidió esa noche llamar a la policía. En respuesta a la llamada de Lori, un oficial llegó hasta el departamento a las 23. No había ninguna señal de que la puerta hubiera sido forzada y un rato después se retiró. Ashley Morehouse seguía preocupada y sabía dónde escondía Lauren una llave extra por cualquier cosa. Decidió buscarla y, con un grupo de amigos que vivían allí, entró. Adentro todo aparentaba estar bien. Sus objetos personales estaban a la vista: su cartera, su billetera, sus documentos, sus llaves, su celular, su computadora. Solo faltaba ella.

En un momento, apareció en la escena otro vecino, el de la puerta de al lado, Stephen McDaniel. Estuvo un rato y se fue.

Lo primero que hizo Ashley fue enchufar el teléfono sin batería de Lauren. Se encendió y observaron que sus últimas llamadas eran del 25, cuatro días atrás. El grupo decidió que había que llamar al 911. Enseguida arribaron al lugar dos policías de la Universidad de Mercer quienes, a su vez, llamaron a la policía de Macon. Los agentes de la ciudad llegaron pasada la medianoche y arrancando el jueves 30 de junio. Con la ayuda de los amigos empezaron la búsqueda en el mismo complejo de apartamentos.

A las 3 de la mañana del 30 la policía se retiró.

Mientras, Kaitlyn que vivía en la misma ciudad que sus padres, llamó a Bill Giddings. Su padre dormía, pero ante la noticia no demoró en subir a su auto y poner rumbo hacia Macon para hacer la denuncia oficial por la desaparición de su hija. La madre de Lauren, en cambio, tomaría un avión esa misma tarde. Al aeropuerto la llevaron sus hijas menores Kaitlyn y Sarah. Antes de que el vuelo despegara debieron volverla a buscar: había malas noticias.

Una escena iluminada

Los detectives de homicidios entraron en acción apenas el padre de Lauren hizo la denuncia esa mañana del jueves 30 de junio. Fueron hasta el complejo de dos plantas de departamentos donde vivía Lauren. Como no había lugar en el parking dejaron el patrullero bloqueando los contenedores de basura. En el apartamento los peritos rociaron con luminol, una sustancia química que se activa ante la presencia de restos de sangre, paredes, pisos y mesadas.

En el baño la escena se iluminó. No había dudas: estaban en medio de una escena de un crimen.

Al mismo tiempo, mientras esto sucedía, los amigos de facultad de la joven estaban colaborando con su búsqueda pegando afiches con su cara en todo el barrio. Incluso daban entrevistas a los medios de prensa que se habían apostado en el lugar desde temprano. Uno de los amigos de Lauren que más habló fue Stephen McDaniel. Era su compañero de la carrera de derecho.

En ese rato, pasó el camión de la basura, pero se fue sin recogerla porque el auto policial estaba estacionado mal. Era imposible acceder a los tachos. Fue una suerte.

Un par de horas después, cuando los policías de homicidios volvían hacia su móvil, el viento había cambiado de dirección. Les llegó un aroma nauseabundo que enseguida reconocieron: era el olor de la muerte. El olfato los condujo hasta los contenedores de residuos. Los revisaron y, en una bolsa negra, hallaron un torso humano en descomposición.

El asesino mediático

La noticia del hallazgo comenzó a circular entre los periodistas en el lugar. Stephen McDaniel, próximo a tener el título de abogado e interesado en derecho penal, estaba hablando con una periodista del canal de televisión local WGXA. Eran las 13.30 cuando McDaniel, con sus rulos al viento, le decía compungido: “Una de nuestras amigas tiene una llave y miramos dentro (...) pero no había signos de que nadie hubiese entrado (...) Nosotros no sabemos dónde está. Lo único que podemos pensar es que puede haber salido a correr y que alguien la haya secuestrado”.

No pudo seguir hablando mucho más porque la periodista le dio una primicia en vivo: acababan de hallar una parte de un cuerpo entre la basura del condominio, justo detrás del edificio, a unos metros de donde estaban conversando. El rostro de McDaniel se desencajó frente a la cámara de televisión. Los espectadores no podían saber que estaban viendo, en tiempo real, la reacción de un brutal asesino.

“¿Un cuerpo?, preguntó visiblemente nervioso a la reportera, Creo que necesito sentarme”.

La cámara siguió sus pasos. Él caminó de espaldas a la lente con su remera negra y se sentó en un sendero entre los arbustos. Se lo veía tembloroso.

El área de basura en la que habían hallado los restos humanos correspondía a cuatro departamentos, incluido el suyo.

Posteos morbosos

El viernes 1 de julio McDaniel fue voluntariamente a dar su declaración a la estación de policía. Esta se extendió por doce horas. Extrañamente admitió con facilidad que había robado en varios departamentos del condominio. Autorizó, también, a que entraran a su departamento. En su dormitorio los agentes encontraron la sierra con rastros de sangre con la que había desmembrado el cadáver de su amiga, una espada Samurái, una soga, un rifle y dos pistolas. También hallaron unos guantes azules manchados, dos bombachas que resultaron ser de Lauren y la llave maestra con la que había ingresado aquella noche y, muchas veces más, al departamento de la víctima. Esa llave general se la había robado tiempo atrás al encargado del edificio y la había utilizado para sus robos. También incautaron su auto negro, un Geo Prizm del 97, donde había restos hemáticos.

Los peritos informáticos encontraron en su computadora conversaciones comprometedoras en un blog siniestro. Bajo el usuario SoL posteaba sobre torturas contra mujeres y violencia explícita. En uno de sus posts, un año antes, el acusado había escrito dejando clara su ausencia de empatía: “Sí, puedo ver a un hombre destripado arrastrándose a través de un cuarto mientras sus intestinos están sujetados por un gancho y no siento ni el más mínimo disgusto. Estoy desensibilizado frente a la sangre y la tortura”. En otro texto describió una situación que parecía referirse a su relación con Lauren: “Me hace pensar en una persona que encontró a otra persona especial y quiere protegerla contra todo el dolor que ella podría sufrir, (...) quiere pelear contra todo lo que podría lastimarla, pero que no puede porque está tan quebrado mentalmente que no puede decirle a ella lo que siente y solo puede mirar a la distancia”.

¿Era él hablando de Lauren? Seguramente.

El 2 de julio fue encarcelado, el 6 de julio los exámenes de ADN certificaron que los restos hallados correspondían a Lauren y, en agosto, fue imputado por el crimen. Del resto del cadáver no se rescató nada más en ningún sitio.

El 6 de agosto se celebró el funeral de Lauren Theresa Giddings en la iglesia St Mary of the Mills, en Laurel, Maryland.

Confieso que he espiado

Días más tarde Stephen McDaniel acabó confesando con detalle su macabro crimen. Contó que había investigado métodos para no ser descubierto y que había ingresado con esa llave maestra birlada. Apenas entró, relató, se dirigió a la habitación de su amiga y se sentó en su cama para verla dormir. Eso hizo que Lauren se despertara. Sin embargo, ella reaccionó con tranquilidad y le pidió que no le hiciera daño.

McDaniel admitió que llevaba meses espiándola. Estaba obsesionado con ella. Se había mudado al mismo condominio y se las había ingeniado para poder verla sin que ella lo supiera. Con cinta adhesiva había pegado una videocámara a un palo de casi dos metros de largo y usaba ese instrumento para poder visualizar el living de Lauren en el segundo piso. En los videos hallados por los detectives de homicidios en lo de McDaniel, había varios de Lauren realizados con la cámara espía. Uno databa de la misma noche en la que McDaniel entró para asesinarla. Laura había manifestado sentirse espiada por alguien.

¿Cuál había sido el móvil para el crimen? ¿Por qué había asesinado a su amiga de toda la carrera?

McDaniel estaba obsesionado con ella.

En realidad, a Lauren, ese joven de rulos largos, solitario y de apariencia triste, siempre le había dado lástima. Por eso, lo trataba bien y le prestaba atención. Ignoraba que él sería capaz de cualquier cosa con tal de no perderla de vista.

En mayo ambos habían terminado de cursar y McDaniel pensaba, no sin razón, que Lauren se mudaría lejos luego de su examen final y no la vería más. Y no podía soportar la idea.

Una de las hermanas de Lauren, Kaitlyn expresó que resultaba muy doloroso saber que el asesino era Stephen: “Lauren era muy buena con él porque le parecía un solitario (...) En esta historia no hay ´ella no debería haber hecho esto o aquello y esto no habría pasado´. Porque uno es amable con sus vecinos, con la gente, no porque alguien parezca distinto, significa que lo sea. Pero, en este caso, lo era”.

Caminos que se cruzan

Stephen Mark McDaniel nació el 9 de septiembre de 1985 en Lilburn, un barrio en las afueras de la ciudad de Atlanta, Georgia. Tuvo una infancia corriente con sus padres Glenda y Mark y su hermana. Fue un chico sumamente inteligente, obsesionado por la limpieza y el orden, que adoraba armar rompecabezas y era fanático de la serie El señor de los Anillos y de los libros de aventuras. Compartía con su padre una extraña pasión: los films Samurái. Hasta los 13 años cantó en el coro de una iglesia local y, luego, siguió colaborando en las actividades parroquiales. Se recibió en el 2004 y, por sus buenas calificaciones, consiguió una beca para estudiar en la Universidad de Mercer.

Socialmente retraído, Stephen casi no salía con amigos y rara vez tomaba alcohol. Soñaba con escribir una novela, dedicarse al derecho penal y ser juez federal.

Desde el 2008, vivía frente al campus de la facultad de derecho. Y la chica del departamento de al lado era una compañera suya, Lauren Giddings. Se habían mudado allí en la misma semana de agosto. Coincidencias de la vida. En esos años Lauren se convirtió en la principal obsesión oculta de Stephen. No solo estudiaban juntos y vivían pared de por medio. Además, los dos eran parte de la Sociedad Federalista, una organización de 60 mil abogados y estudiantes. Ese último año de carrera Lauren había sido elegida presidenta de la organización y Stephen vicepresidente. Si bien eran opuestos, Stephen era considerado un tipo raro y Lauren tenía una vida social intensa, juntos trabajaban muy bien. Hacía el final de sus carreras Stephen le sugirió un par de veces de salir juntos. Lauren fue siempre amable en su negativa: le explicó que estaba seriamente de novia. Su pareja era David Vandiver, un abogado veinte años mayor que ella, quien vivía en Atlanta. Se habían conocido en el año 2007 cuando Lauren trabajaba como pasante en el mismo estudio que él y se habían puesto de novios en septiembre del mismo año. Para desalentar sus invitaciones Lauren le anticipó que después de recibirse se mudarían a vivir juntos. Ese momento no llegó. Lauren estaba en el último tramo para ser la brillante abogada que quería: un último examen y listo tendría el diploma y se marcharía de Macon. Pero sus planes serían alterados.

David Vandiver ese 26 de junio de 2011 en que su novia fue asesinada estaba en un viaje de golf en California.

Había sido la última persona en hablar con ella a través de un mail que le envió Lauren la tarde del sábado 25 de junio donde le mencionó que creía que alguien había querido ingresar a su casa y que se sentía observada, aunque no se mostró especialmente alarmada.

Su sexto sentido había funcionado, pero no le prestó la suficiente atención.

Más delitos y pedidos de libertad

Al terminar de analizar la computadora de Stephen McDaniel, las autoridades no solo pudieron radiografiar cómo había espiado las cuentas de Lauren y sus redes sociales, también encontraron en sus archivos prueba de más delitos. Hallaron 52 fotos pornográficas de chicos y chicas en actos sexuales con adultos. El detenido había visto, además, videos de canibalismo y desmembramiento. Estaban ante un sujeto sumamente peligroso.

El 23 de agosto del mismo 2011 fue acusado de siete cargos más por explotación infantil. La fianza que le impusieron fue de 850 mil dólares. Quedó preso, su familia no podía pagarla.

En febrero de 2013 los fiscales anunciaron que no buscarían la pena de muerte a pedido de la familia de la víctima. Pero el 21 de abril de 2014, justo una semana antes de que comenzara a celebrarse el juicio, Stephen hizo un movimiento que sorprendió a todos: se declaró culpable.

Parte del acuerdo fue que él contara todo lo ocurrido esa noche en la que mató a Lauren. Si lo hacía dejarían caer las otras causas por robo y explotación infantil. Así fue y resultó sentenciado a perpetua.

McDaniel podría pedir la libertad condicional recién en el año 2041. Sin embargo, empezó a abogar por su libertad mucho tiempo antes.

En el 2018 el padre de McDaniel creó una página para recaudar con el fin de pagar a los abogados. Las quejas de los familiares de las víctimas lograron que el sitio fuera cerrado. Stephen McDaniel terminó por autorrepresentarse. Se presentó de traje gris y solicitó que se realizara un nuevo juicio arguyendo que se habían violado sus derechos constitucionales con la primera sentencia. Sostuvo que por su estado mental su consentimiento para que revisaran su departamento no había sido válido. Además, aseguró que sus abogados no lo habían representado adecuadamente.

Su pedido fue denegado. Apeló a la Corte Suprema de Georgia y a la Suprema Corte de los Estados Unidos. Pero estas apelaciones fracasaron en enero de 2022.

El 30 de mayo de 2022 Stephen McDaniel pidió la revisión del proceso reclamando que unos papeles para su defensa habían sido robados por el fiscal de distrito. Con su petición busca su libertad. Mientras, sigue cumpliendo años en el penal estatal de Hancock en Sparta, Georgia. Ya tiene 36.

En todo caso, para 2041, tampoco será un inofensivo anciano, solo tendrá 56 años.

Negarse a ver

Glenda, la madre de Stephen, a pesar de la contundencia de las pruebas, se negó a creer que su hijo pudiese haber cometido semejante crimen.

El abuelo de Stephen y padre Glenda, un viudo y ex empleado ferroviario llamado Hollis Browning -quien tenía 83 años en el 2014-, tampoco podía creer que la promesa de la familia, el brillante universitario, se hubiese convertido en ese monstruo tras las rejas. Él había contribuido a pagar sus estudios, su alquiler del condominio y su examen final. Incluso había llamado a Mark McDaniel, padre de Stephen, para ofrecerse a pagar los abogados. Le costaba aceptar que su nieto había resultado un hombre brutal que había convertido la vida de muchos en dolorosos escombros. Su abuelo fue a visitarlo al penal y descubrió a otro Stephen. Era un completo extraño: “Estaba como en trance. Era otro Stephen al que yo conocía (...) Me fui y es la última vez que lo ví. No entiendo. Simplemente no comprendo…(...) Hice lo que creí que debía hacer, conseguirle un abogado (… ) Pero mi Dios, cuando lo vi él solo parecía… diferente (...) Tenía un nieto perfecto de 25 años… Si me preguntaban sobre mil personas que hubiera por ahí, podría haber pensado que 999 podían meterse en problemas, pero no Stephen”.

Glenda, en cambio, sigue creyendo que su hijo es inocente. El amor es el amor y cómo se equivoca.

Lo imperdonable

Stephen McDaniel se declaró culpable, pero siempre sostuvo que no había violado a Lauren. Su prueba era que “ella tenía puestos los shorts de correr rosas cuando murió y nunca se los quité. Fueron hallados con su torso tal cual los dejé…”. También aseguró que él se había convencido, en sus delirios mentales, de que Lauren seguía viva. Pretendió justificarse aduciendo que tenía la mente dividida: “no podría explicar cómo pude cometer esos actos horribles y seguir con mi rutina diaria al mismo tiempo. Es difícil para mí explicar por qué maté a Lauren (...) sé que estuvo muy mal, no soy un delirante que no tenga ningún tipo de moral o de decencia (...) Algo en mi psiquis, mi propia patología, quizá podría explicarlo”. Dijo tener remordimientos, que extrañaba a Lauren diariamente, pero admitió saber que no puede esperar el perdón de su familia: “No hay manera de que merezca el perdón. Si pudiera volver atrás y evitarlo, lo haría”.

El padre de Lauren, Billy Giddings (58 años al momento de la sentencia), aseveró que no le creía al asesino ni una palabra. Karen (53), la madre de la víctima, sostuvo que estaban aterrados por lo que le había pasado a su adorada Lauren, que no soportaba mirar a la cara al asesino y que “el dolor de su ausencia estará para siempre. Hemos vivido tres años de inimaginables pesadillas por el tipo de horror que debe haber experimentado nuestra hija”. Pese a eso, no pidieron la pena de muerte. Billy no quiere pensar más en McDaniel: “No queremos tenerlo en nuestros pensamientos. Deseo que tenga una larga vida y de la peor forma posible”.

Durante las audiencias declaró un compañero de primer año de McDaniel, Thaddeus Money, quien contó que el acusado le había asegurado que sería capaz de matar y de salirse con la suya, que podía introducirse en la casa de una víctima y dormirla con cloroformo.

Esto demostraría que, en la mente de Stephen, hacía tiempo que crecía la idea del mal.

Recuerdos en color rosa

La hermana menor de la víctima, Sara Reybold dijo el año pasado que en esta década pasada hubo en la familia graduaciones, casamientos, nacimientos y muchos cumpleaños: “Es difícil no pensar en ella… Lauren tendría que haber estado en todas estas celebraciones”. Su otra hermana, Kaitlyn Wheeler, agregó: “La recordamos como la joven de 27 años… Pensar que ella tendría 37 ahora es muy loco, tratar de pensar a dónde habría llegado”.

No quieren recordar cómo Lauren les fue arrebatada, solo quieren impregnar su memoria de lindos recuerdos. Kaitlyn le puso Lauren a una de sus hijas. La familia festeja todavía sus cumpleaños en ausencia y los Miércoles de Rosa, una costumbre de vestirse con algo de ese color en el tercer día de la semana que Lauren había implementado por diversión. “No es que ella no existe más en nuestras vidas, solo existe de otra manera muy distinta”, explica Kaitlyn. Un banco rosa en el corazón de la ciudad de Macon también la recuerda. Lauren amaba el softball y el hockey, amaba a su perro Butterbean y fue la primera de la familia en ir a la universidad. Cuando entró en la facultad de derecho sus padres estaban orgullosos. Al momento de ser asesinada le faltaban semanas para obtener su diploma. Qué curioso: quería ser defensora oficial. Podría haber defendido a personas como Stephen.

Pero en su camino se interpuso la peor muerte. La que decidió un ser sin alma.

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